Friday, March 25, 2005

Los estados de ánimo

Una de las cosas más enigmáticas de la existencia son los estados de ánimo. No sólo por su arbitrio alternarse, sino por la importancia intrínseca que tienen. Como dice Heidegger, la alegría, el repentino disgusto y el alternarse de ambos, no son una nada. Nos revelan básicamente cómo nos va y nos abren primordialmente a la realidad. El mundo es experimentado desde una matriz básicamente afectiva. Los poetas lo saben bien, los buenos escritores, también. ¿Qué es la niñez? ¿Una serie de acontecimientos? No. La niñez es básicamente un estado anímico, una manera muy determinada de abrirse a la realidad. Por eso abusar de un niño es algo muy horrible. El niño tiene derecho a su niñez, a ese abrirse inocente y fresco a la vida. Una vez que un adulto le arrebata, ese estado anímico, se lo arrebata para siempre. Incluso la ciencia más rigurosa, el calcular más exacto, no podría ser posible sino bajo un determinado estado anímico, ese propio del rigor o del gozarse en la armonía numérica.

En todo caso, tenemos que escaparnos de toda interpretación subjetivista de los estados de ánimo. Ellos no nos “colorean” la vida, sino al contrario, la vida es esencialmente coloreada y los estados de ánimo nos permiten conocerla en su coloración. Por ejemplo, en el estado de ánimo de la nostalgia, se nos revela la vida en cuanto ida, añorada. En la nostalgia descubrimos que la vida no está a nuestra disposición y que como dice el poeta, “volverán las oscuras golondrinas…pero aquellas… esas no volverán”. En la alegría, conocemos el carácter “liviano” de la existencia. En ella, como en una pieza de Mozart, la vida se nos revela como casi un juego, en la mejor acepción de esta palabra. Heidegger profundiza todo este tema radicalmente en su tratamiento del tema de la angustia. En ella la vida se nos revela en su carácter de insignificancia.

De todo lo mencionado, lo interesante es constatar que nosotros no disponemos de los estados de ánimo, sino que ellos nos toman a nosotros. Nos encontramos de una determinada manera. De alguna manera estamos a merced de los estados de ánimo. Esto que parece para muchos un escándalo, es la pura verdad. No se trata que tengamos que actuar según lo que nos mande “la guata”, pero claramente la alegría, la esperanza, por ejemplo, por mucho que sean estados de ánimo que añoremos, no están a nuestro arbitrio el provocarlos.

Alguien me podría decir que eso no es así, pues por ejemplo, si estoy triste puedo escuchar una música alegre y esa música finalmente puede “volcar” mi tristeza en alegría. O si me pongo a escuchar la música favorita de un ser querido difunto, probablemente me pondré triste. Eso en parte es verdad. Sin embargo, en tales casos los estados de ánimo que surgen no podrían surgir sino estuviera en nuestras posibilidades previas el experimentarlos. Muchas veces “elegimos” la música que queremos según nos sentimos. Por ejemplo, hay veces que nos sentimos tan contentos, que determinada música claramente no nos viene, no nos “pega”, incluso nos parecería desubicado escucharla. O lo contrario, hay cierta tristeza, que no se apaga ni con la música más alegre, incluso se puede profundizar con ella.

Nos encontramos siempre anímicamente templados, dice Heidegger, dispuestos de una determinada manera. Pero esto no sólo es válido para nosotros en cuando individuos, es muy cierto también para una familia, una nación.
Esa alegría que experimentamos en aquellas vacaciones, ¿fue fruto de la casa que elegimos para veranear?, ¿del lugar? Claro, nada de eso hubiera sido así si no hubiera sido allá. Pero hay mucho más. Simplemente así se dieron las cosas. Y aunque volvamos mil veces a ese mismo lugar, eso no se repetirá. Dice una frase: no trates de volver al lugar donde fuiste feliz… en el sentido de que no trates de “provocarte” de nuevo esa sensación, pues será inútil, es más, quizás lograrás exactamente lo contrario.

Por ejemplo, mi mes de ejercicios espirituales. Ese olor a madera de la pequeña pieza del Cristo donde solía rezar el Padre Hurtado, ese frío de las gruesas paredes coloniales de la casa de ejercicios, esa primera primavera de vida de religioso que se asomaba en el frescor de los campos de Padre Hurtado y ese sol tímido que templaba mis huesos de un jesuita en ciernes. Todo aquello y toda la sustancia que esconde, existió una vez y para siempre. Aunque volviera a entrar a jesuita y a recrear cada paso de ese mágico mes, nada sería igual. No digo que ni mejor o peor. Simplemente sería diferente.

Precisamente el error de nuestro tiempo es creer que los estados de ánimo se pueden manejar y provocar, es decir, el creer que son producto un artefacto más. Así por ejemplo los americanos aunque se traigan a todo Egipto y sus pirámides, eso probablemente no provocará ni por un segundo que puedan experimentar la maravilla de lo que fue el pueblo egipcio.

Los estados anímicos, a nivel de un colectivo, tienen mucho que ver con lo que se llama el “alma de un pueblo”, de una nación o como llaman algunos “el genio” de cultura.

Los estados de ánimo tienen una estrecha relación con la creatividad. El captar originariamente un estado de ánimo y el plasmarlo en una tela, en un escrito, es parte de la esencia del crear. Los poetas lo saben muy bien. Tiene que ver con la famosa “musa”… que no depende de nuestro arbitrio, nos toma, nos impele, nos deja. Ahí está la radical diferencia entre crear e inventar. Mientras la creación es un genuino arraigarse en aquello que se nos “revela”, el inventar es un voluntarioso provocar algo.

Revelación, quizás esa es la palabra clave. Los estados de ánimo son básicamente como se nos “revela” la existencia. ¿Qué estados de ánimo primó en la noche estrellada de Van Gogh? o cuando pintó esas botas campesinas. Su obra nos atrae tanto pues nos revela un mundo cargado anímicamente que nos seduce, nos toma.

Los estados de ánimo envuelven una manera de “experimentar” y de “comprender” –en su radical sentido- la existencia humana. Sin embargo, parece ser el privilegio de algunos el abrirnos nuevas dimensiones de los humano. Por ejemplo la poesía de Neruda la valoramos tanto pues nos parece tan propia, que nace tan auténticamente de nuestro suelo chileno, pero al mismo tiempo es tan nueva, nos abre nuevas perspectivas. La obra de arte, como dice Heidegger, funda un mundo, un nuevo horizonte de perspectivas. Pero entiéndase bien, no es una especie de creación ex nihlo, sino hacer manifiesto, patente aquello que ya se insinuaba, que ya estaba germinal, pero que sólo el artista tiene “el genio” de verlo y de hacernos el servicio de traérnoslo a nuestra presencia.

Así también se funda una nación, a través de un conjunto de “intuiciones originales” que inauguran un terreno fértil en el cual podemos habitar graciosamente. Pero el genio fundador no es eterno, necesita ser renovado bajo una nueva revelación que “refunde” un pueblo en un estar atento y anclado en la tradición y al mismo tiempo en un estar atento a la radical novedad que reoriente y re-signifique el pasado y la tradición. Esa tarea se parece mucho a la de los artistas. Heidegger ve lúcidamente que tienen la misma esencia y origen.

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