Monday, March 28, 2005

Nuestro Fundamento

Xavier Zubiri dice que uno de los rasgos característicos de la existencia humana es la nihilidad ontológica. Es decir, que nuestra existencia, por sí misma, no se fundamenta. Dicho en términos comunes, nuestra vida es esencialmente vacía, sin sentido. Por eso buscamos “llenar la vida”, “darle un sentido” a nuestra existencia. Si ella desde siempre y por definición estuviere llena, no sería necesario buscar aquello que la completa.

La pregunta que viene a continuación, es qué la completa, que la llena, qué le da sentido a la vida. El hombre en su existencia terrena tiene que responder vitalmente a esta pregunta, es decir, tiene que colocar su existencia en aquello que le dé sentido. Siendo la vida una nada en sí misma, en sí misma, será necesario entonces buscar aquello que la sostenga, apoyar-la, fundamentar-la.

Esta nihilidad ontológica también puede ser entendida como libertad radical. Como la vida no es nada por sí misma, de alguna manera puede tomar casi todas las formas posibles. La vida se identifica con aquello que se hace o se opta de tal manera, que solemos definir la vida de las personas en función de sus actividades u opciones. Juan es abogado. Pedro es creyente. Porque la vida por sí misma es un vacío-querer, en nuestro hacer y qué-hacer va tomando contenido y forma.

Obviamente que la vida no es una tabla raza que haya que ir llenando. Siempre ya nos encontramos siendo o haciendo algo. Sin embargo, eso que hacemos o que somos, no nos define esencialmente, pues siempre podemos hacer o ser otra cosa. Como afirman los filósofos existencialistas, la vida se define a sí misma en cada momento. Sartre dice que la vida es puro proyecto. Quizás habría que matizar esa afirmación con la constatación que también somos historia y que esa historia nos condiciona y también nos define. No obstante, esa historia nunca cierra las posibilidades para que se escriba otro capítulo de nuestra existencia donde podemos ser algo completamente distinto a lo que hemos sido.

La pregunta es cómo y en qué fundamentamos nuestra existencia. ¿Cómo llenamos nuestra vida? Existen muchas maneras. Lo único de que no podemos escapar es de la necesidad de llenar con algo nuestra vida. Si bien nuestra existencia por definición es abierta y vacía, siempre necesita llenarse y tomar alguna forma o en palabras de Sartre, estamos “condenados” a ser libres. Así en cada momento vamos tomando múltiples, pequeñas y grandes opciones que van determinando la forma concreta que va adquiriendo nuestra vida. También obviamente las circunstancias van “llenando” el contenido de nuestra existencia.

Más allá de las pequeñas opciones de cada día, tenemos que enfrentar decisiones más profundas que muchas veces las tomamos sin darnos cuenta. La existencia en su nada esencial, decide finalmente dónde se apoyará y buscará su fundamento. Incluso la opción de tomarme a mí mismo como el fundamento, es una manera de fundamentar la vida. Es lo que Zubiri llama “la soberbia de la vida”, que para él está en la raíz del ateismo. En esa opción se encontrará un horizonte de valores o mejor de valoraciones que determinarán las sucesivas “pequeñas elecciones”.

Esta gran opción de dónde fundamentar la existencia, es como el suelo dónde decidimos edificar. Así como el suelo donde decido construir un edificio determina todas las posteriores decisiones, la opción por el suelo donde decido “colocar” mi vida también determinará las posteriores “pequeñas” opciones.

¿Qué determina en cada uno esa gran opción? Difícil saberlo. La mayoría ni siquiera se lo pregunta y en muchos la simple comodidad o a veces la manera de hacerse la vida un poco más agradable determinará ese suelo.

En algunos otros, esa gran decisión tiene mayor dramatismo y radicalidad. Si uno alguna vez en la vida se detiene un poco y toma conciencia de la importancia de esa opción fundamental (como la llaman los teólogos morales), se dará cuenta que en esa decisión se juega toda nuestra vida.

Hasta dónde sabemos en nuestra experiencia mundana, tenemos una sola vida. Por eso, la mayoría de nosotros quiere hacer algo con la vida que “valga la pena”. Para algunos “vale la pena” tener una familia, ser honesto, o vale la pena pasarlo muy bien, tener mucho dinero, poder, placer o quizás “valga la pena” dedicarse a aprender, o a ser artista, etc. La multitud de opciones que se pueden tomar en la vida muestra precisamente que nuestra existencia en su esencia se encuentra muy indefinida y que en el camino será necesario darle una forma.

Muchos nunca encuentran nada que valga realmente la pena y experimentan más bien que la vida tiene un cierto vacío innato y que por lo tanto es mejor “administrar lo mejor posible” ese vacío tratando de “pasar el rato”o “matar el tiempo” lo mejor posible. Sin embargo hay otros que al mismo tiempo que experimentar que la vida es en sí misma vacía y que por lo mismo necesita fundamentarse o apoyarse en algo, se dan cuenta que quizás hay algo que le puede dar un valor infinito a esa vida, algo grande que puede transformar la vida entera.

Ese fundamento que le puede dar un valor infinito a la vida para algunos es el Absoluto, Dios mismo.

¿Qué sucede cuando nos encontramos con ese Absoluto? Hay muchas maneras de encontrarse con Aquél. Para algunos, precisamente la experiencia de la insuficiencia de la vida, de lo pasajero, de lo “evanescente de todo ser mundanal” (en palabras de Jaspers), los lleva a volverse y a preguntarse por aquello que realmente “valga la pena”, aquello que justifique y le dé valor a la existencia. Otros experimentan ese Absoluto de manera casi innata en medio de una tradición donde se les ha mostrado que Dios es lo más importante en la vida.

Sea como sea que se haya experimentado a Dios, una vez que reconocemos que en Dios se encuentra la verdad de nuestra existencia, estamos llamados a dar una respuesta a esa verdad. Podemos intentar esconder esa verdad, negarla o vivir conforme a ella. Pero si creemos que Dios es aquél que merece ser nuestro fundamento, la respuesta consecuente será colocar nuestra existencia en ese fundamento.

Se trata de una opción que nace de lo más hondo de nuestra libertad y que define la vida entera. El punto es que si reconozco que Dios es el fundamento, no puedo sino relativizar todo otro fundamento y poner las “cosas en su lugar”.

Para muchos la conversión implica un proceso de ser “cautivados” por una experiencia de plenitud, de felicidad, de sentido. Eso me puede llevar a optar por Dios en mi vida, pues quiero vivir de esa plenitud, sentido y felicidad. Sin embargo, aún no es la cuestión determinante. La cuestión de fondo será si reconozco a Dios como aquello en que me debo fundar. Se trata de aceptar una Verdad y de vivir conforme a ella, lo que en el lenguaje que venimos manejando se expresa como un colocar la vida “en manos de Dios”.

Puede que el camino se vuelva duro, que las consolaciones de Dios se alejen, pero mientras reconozca como a Dios como el verdadero Dios, si quiero vivir en la Verdad, no me puedo alejar de su camino y de su amparo. En ello consiste la fe en su sentido más profundo, en un colocar la vida en manos del Absoluto y vivir “contra viento y marea” de esa verdad. En un afirmar “yo quiero vivir en la verdad”, quiero honrar mi existencia con aquello que la dignifica y le da sentido.

Si la verdad de mi existencia es vivir en Dios, sólo viviré una existencia auténtica y coherente si pongo a Dios en el centro de mi vida. Esa es la fe adulta y madura. Es un “colocar mi existencia”, más que un buscar un camino atractivo o agradable. Una vez que uno ve esa verdad, es difícil volver atrás, pues cuando se experimenta la Verdad es difícil vivir en la mentira.
Sebastian Kaufmann Salinas

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