Saturday, November 04, 2006

El mundo como posibilidades

Entra un niño a una gran sala, llena de juguetes. Un sector es para “armar cosas”, donde hay plasticina, greda y lego. Ahí puede hacer las figuras que quiera. Otro sector, es de cosas en miniaturas, pequeños trenes, autopistas, autitos, casitas y pequeñas personas. Ahí puede construir una ciudad, si quiere, o simplemente hacer circular el tren o bien agregarle pasajeros o un poquito de carga, con pequeñas piezas que imitan minerales, animales o comida. Luego hay otro rincón donde tiene túneles, columpios, balancines. Ahí puede desplazarse y jugar como quiera con esos “juegos de patio”. Otro rincón es para armar avioncitos, buques, autos. Tiene el pegamento y todo tipo de cosas armables. En otro rincón, hay “juegos de salón”, donde puede jugar naipes, ajedrez o dominó. En otra esquina, hay lápices y hojas para pintar. Todo tipo de artefactos: lápices de cera, de colores, pasteles, pinceles y pintura. Finalmente, hay otro rincón con todo tipo de juegos electrónicos.

¿Qué significa para un niño este salón, además de un lugar sumamente entretenido? Pues bien, es un mundo de posibilidades, de infinitas posibilidades de juego y entretención, donde el tiene que decidir qué hacer con esas infinitas posibilidades. Cómo pasar bien el tiempo, con qué jugar y cómo jugar.

Ahora imaginémonos un taller de una persona que le gustan las artes manuales. Por un lado las herramientas: un serrucho, cierra, torno, martillo, alicates, destornilladores, taladro y una infinidad de otras para trabajar la madera, en electricidad, en gasfitería, el jardín o el metal. En otro lado imaginémonos los materiales. Todo tipo de clavos, pinturas, semillas, cosas para preparar mezclas y todo lo necesario para usar bien las herramientas. Ese es el mundo de una persona que le gusta los trabajos de la casa. Y es un mundo infinito de posibilidades. Nuestro personaje tendrá que decidir que herramientas usar, con qué propósito y que materiales emplear.

Finalmente, imaginémonos una persona que ama la lectura en una gran biblioteca que tenga todos los libros que se han publicado en las principales lenguas. ¿Qué es esa biblioteca para esta persona? Un mundo infinito de posibilidades de lectura, para hojear, para deleitarse en libros ya leídos o por leer.

Esta manera de concebir el mundo, como un mundo de posibilidades se nota más claramente en “mundos específicos”, como el mundo del artista, el mundo del lector o el mundo del niño. Pero en realidad es la manera como se nos presenta a todos nuestro mundo. Es la manera como se le presenta el mundo a un futbolista. Recibe la pelota, puede devolverla dando un pase, puede tratar de pasar a algún jugador, puede tirar al arco o simplemente retenerla. Nuestra vida se nos presenta como posibilidades. La pregunta de cada día es: ¿qué voy a hacer hoy? Es cierto que esa pregunta muchas veces está ya respondida. Tengo que ir a trabajar, tengo que cocinar para mis hijos, tengo que ir a buscarlos al colegio. Pero esas tareas también han surgido como un optar de posibilidades, de formar familia, de postular a un trabajo. Incluso dentro de ese mundo un poco ya determinado, siempre tengo posibilidades. ¿Por qué papeles comenzaré? ¿Le diré a mi jefe que esto no me parece? ¿Le solicitaré un aumento de sueldo? ¿A dónde llevaré a los niños después del colegio? ¿Qué haremos el fin de semana?

El mundo siempre se nos abre como posibilidades y está en nuestra libertad el elegir entre ellas. Esto nos puede parecer un tanto evidente. Pero hay algo más que agregar. No es que primero se nos den las posibilidades y luego optemos. Parte de nuestro optar es las posibilidades con que concibo una cosa. Un ejemplo ayudará. Para un amante de la ecología, un bosque es un objeto de contemplación y regocijo. Las posibilidades puede ser fotografiarlo, protegerlo o acampar en él. Para un empresario forestal un bosque puede ser un recurso natural para ser usado y transformado. Las posibilidades pueden ser el cortar el bosque o dejarlo crecer un poco más para sacarle mejor rentabilidad o venderlo esperando una mejor oferta. En un caso el bosque se nos aparece como un objeto de cuidado y contemplación. En el otro, como un recurso productivo. Lo interesante es que nuestra libertad no se da sólo en elegir entre fotografiar o contemplar el bosque (en el caso del ecologista) o entre dejarlo crecer o cortarlo (en el caso del empresario forestal), sino se da también en el elegir entre verlo como un objeto de cuidado o contemplación o verlo como un recurso natural productivo.

Es decir, en nuestra forma de entender las cosas ya hay una opción previa. Lo interesante es que entender algo es siempre entender las cosas como posibles. De mi entendimiento de la esencia de algo, se sigue siempre un curso de acción. Si entiendo a un feto como un ser humano, se sigue un curso determinado de acción: cuidado, protección. Si entiendo a un feto como parte del cuerpo de la mujer, se sigue la posibilidad de deshacerme de él si no lo deseo. Nuestro entendimiento del mundo tiene, entonces, profundas consecuencias éticas. ¿Pero qué hay del mero entender contemplativo? Por ejemplo, del entender un teorema no se sigue ningún curso de acción. En parte es cierto, pero el entender algo como un mero objeto de conocimiento, ya entraña una acción: el simplemente entenderlo. En cambio, si entiendo un teorema como un mensaje secreto, estaré atento al mensaje y reaccionaré de alguna manera a él.

El ver la vida, nuestro mundo, como un mundo de posibilidades, Heidegger lo llama entendimiento. Entender las cosas, es entenderlas como posibilidades. Pero no sólo es entender esta determinada cosas. La vida es comprensión, en cuanto supone que se nos abre un mundo como posibilidades de acción, entendiendo acción en el sentido más amplio de la palabra, es decir como actitud que puede supone incluso pasividad. La forma concreta cómo desarrollamos esa comprensión, entendimiento de la cosas, Heidegger la llama interpretación, el tomar las cosas como algo determinado.

Ahora bien, qué determina el que el mundo, mi vida se me aparezca de determinada manera. De alguna forma siempre nos “hallamos” de determinada manera, nos encontramos bajo cierto estado anímico que nos determina a ver las cosas de determinada manera. Hoy no me encuentro de ánimo para estudiar. No tengo ganas de juntarme con esa persona. El mundo se nos presenta, se nos abre, desde determinado ánimo, disposición afectiva. El mundo religioso es un buen ejemplo. El “sentir” el mundo religiosamente requiere de un temple muy particular. Supone el “sentir” cierta conexión, que el mundo “tiene sentido”. O supone cierta reverencia o asombro ante lo sublime. Incluso el frío mundo de un laboratorio, requiere también una cierto estado anímico, que puede ser llamado de curiosidad, imparcialidad o desafección. El no involucrarnos también supone un estado de ánimo de indiferencia. Entonces el mundo se nos abre en una determinada comprensión de las cosas, que se concreta en una determinada interpretación, a partir de un cierto estado anímico, de una cierta disposición, la cual es llamada por Heidegger la disposición afectiva.

Este es el esquema básico en que Heidegger entiende el ser humano. Un ser al que se le presenta el mundo como posibilidades, es decir, el mundo se abre a partir de un cierto comprender. Pero ese comprender se manifiesta en una interpretación, es decir, en una concreta articulación, ya sea en acciones o palabras. Finalmente, ese comprender el mundo como posibilidades, se ancla en un determinado estado anímico, una cierta disposición desde la cual se nos abre la realidad.

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