Wednesday, May 04, 2005

Liberales y conservadores: Algunas claves para entender el debate

Publicado en la Revista Mensaje Mayo 2005
Sebastian Kaufmann

El último tiempo se ha dado en nuestro país una pugna entre las visiones liberales y conservadoras de la sociedad, siendo la ley del divorcio sólo un botón de muestra de un desacuerdo más de fondo que tienen que ver con el rol del estado, de la ley y con distintas concepciones sobre lo que es lo bueno y lo justo.

Este debate, en principio fecundo e interesante, parece convertirse en muchos momentos más bien en un diálogo de sordos. A continuación, quisiera aportar con algunos elementos que puedan ayudar a entender mejor esta discusión.

Los liberales le asignan al Estado un rol más bien neutro, enfatizando los derechos individuales a elegir el tipo de vida que cada uno quiera llevar. Los conservadores, por su parte, más bien tienden a pensar que el Estado debiera de alguna manera imponer ciertos valores que son predominantes en la sociedad o que son expresión, por ejemplo, del derecho natural, de la voluntad de Dios o de alguna tradición en particular.

La tradición conservadora está ligada a una ética que enfatiza una visión particular de lo que es lo bueno y de la felicidad y que hunde sus raíces en la filosofía Aristótelica y que luego se une con la cosmovisión cristiana en Santo Tomás, teniendo fuertes implicancias políticas y jurídicas con la doctrina del derecho natural. En esta tradición el fin de la sociedad es el bien común, el cual influye directamente en la consecución del fin moral de los individuos. El Estado, lejos de ser moralmente neutro, tiene que contribuir al desarrollo moral de sus integrantes.

La tradición liberal tiene sus antecedentes en las teorías políticas contractualistas que privilegian al individuo y sus derechos por sobre la sociedad. El Estado, para ellos, se justifica en la medida que garantice los derechos de los individuos. Esta tradición, que llega a su auge en la ilustración (con pensadores tales como Rosseau o Montesquieu), tiene su máxima expresión política en la revolución francesa. En la ilustración alemana, el liberalismo recibe gracias al pensamiento de Kant un fuerte impulso, a través de una filosofía moral que enfatiza la autonomía y la libertad de los sujetos, poniendo a la mera razón como la fuente de la moralidad.

En el panorama contemporáneo surgen diversas corrientes de pensamiento que se inspiran ya sea en una u otra tradición o que intentan proponer una visión alternativa que no se identifica ni con el liberalismo ni con el conservadurismo (por ejemplo, algunas éticas comunitarias).

Pese a que ambas tradiciones en algunos puntos se han acercado, aún tienen profundas diferencias.

La tradición conservadora aunque reconoce cada día más abiertamente el valor de la democracia y de la tolerancia y no es ciega al hecho innegable del pluralismo, no quiere renunciar a que sus ideas particulares del bien encuentren un espacio en lo público. Por ejemplo, la Iglesia Católica aspira a que su idea del bien se exprese a través, entre otras medidas, del reconocimiento del derecho a la vida del que está por nacer.

La tradición liberal por su parte, aunque es consciente y respetuosa de las ideas de bien de los distintos grupos sociales (e incluso las fomenta y reconoce), pide que ninguna de ellas se trate de imponer sobre las demás, de modo de no ahogar el pluralismo y de no pasar a llevar a otras ideas particulares del bien que por no ser mayoría podrían verse afectadas. Así muchos liberales, respetando la opinión de la Iglesia Católica en contra del aborto, no ven por qué esa idea tenga que ser impuesta a quienes no comparten tal visión.

Así las cosas, pareciera que mientras la tradición conservadora es más sensible al problema de la verdad de las concepciones del bien, la tradición liberal es más sensible al problema de la legitimidad que puede tener un grupo para imponer su propia visión del bien a los demás.

En efecto, en determinadas circunstancias, la imposición de una determinada idea del bien (de una verdad), puede terminar inhibiendo la expresión y el desarrollo de visiones alternativas del bien. Tal pareciera ser el caso de las normas que prohíben el consumo de drogas o que castigan conductas privadas, tales como la homosexualidad. Para algunos liberales, tales normas, aunque reflejan una idea moral que puede ser verdadera, carecen de legitimidad debido a su aparente falta de consenso y aceptación pública

Por otro lado, a fin de garantizar la legitimidad de las normas sociales (por ejemplo a través de un consenso absoluto), finalmente nos podemos quedar con un espacio público vacío de contenido que termina por sacrificar a todas las ideas de verdad, o peor, por imponer subrepticiamente una particular ideología individualista y relativista.

Sin embargo, verdad y legitimidad no son en principio irreconciliables. Por ejemplo los católicos creemos en una verdad, a saber, en las ense­ñanzas de Jesucristo, pero sabemos que no es legítimo imponer esa verdad a los demás. Sin embargo, eso no nos quita el derecho a anunciar esa verdad y a tratar de que los valores del evangelio prevalezcan en el espacio social, a condición que respetemos los procedimientos legítimos que tiene la sociedad para regular las materias de interés público.

Por otro lado, la sensibilidad liberal frente a la legitimidad de los procedimientos y al respeto por las diferencias, en principio no es incompatible con el hecho de reconocer el derecho a los distintos actores para entrar en el debate con sus propias ideas del bien y a tratar de convencernos de la verdad de sus puntos de vista. Es más, muchos liberales aceptan que determinadas ideas del bien sean el marco en el que se desenvuelve la sociedad (por ejemplo, lo que Adela Cortina llama una “ética mínima”).

Como podemos ver, si bien no son tradiciones incompatibles, se enfrentan en muchos aspectos. En todo caso, lo descrito es una simplificación que trata de mostrar esquemáticamente el núcleo de ambas tradiciones. Obviamente hay muchos tipos de liberalismos y de conservadurismos o incluso ideas de sociedad que no calzan con ninguna de las dos tradiciones.

Finalmente, quisiera resaltar que en mi opinión ambas tradiciones tienen mucho que aprender una de la otra. Por ejemplo, la tradición liberal puede aprender de la tradición conservadora que la neutralidad valórica del estado es una falacia y aceptar que las distintas ideas del bien tienen derecho a ocupar porciones del espacio público. La tradición conservadora, por su parte, puede aprender de la tradición liberal a valorar más positivamente el hecho indiscutible del pluralismo y a reconocer el derecho que tienen a expresarse y desarrollarse, dentro de un marco razonable y consensuado, formas particulares de vida que se alejan de las ideas morales dominantes.

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